lunes, 21 de abril de 2014

El flaco en andrajos

Llegábamos de hacer un recorrido turístico por una isla cuando de pronto vimos a un hombre cargando una cruz que parecía muy pesada, vestía una “bata” rasgada y ensangrentada, lucía sumamente cansado, su mirada denotaba angustia. Sobre su cabeza tenía una especie de corona con espinas, de su frente caía sangre pero seguía caminando, descalzo, sobre una calle de asfalto tan deteriorado que las pequeñas rocas debían doler al dar cada paso. Detrás de él había 3 personas vestidas como soldados romanos, en sus manos tenían algo así como látigos y lanzas con los que constantemente golpeaban la espalda de quien llevaba la cruz obligandolo a continuar el martirio.

Yo no soy un religioso practicante pero debo dejar claro que no soy ateo, hay muchas cosas de la religión que no comparto pero lo que vi esa tarde me dejó consternado. La procesión de Viernes Santo tenía como protagonista a un hombre que decidió llevar por cuenta propia el calvario que según las escrituras vivió Jesús antes de morir y luego resucitar. Dicen que las personas deciden voluntariamente vivir ese momento para purgar alguna pena o cumplir una promesa.

Fue el primer acto fe religiosa de este tipo que he presenciado y a pesar de tener claro que eso fue una representación, su realismo me dejó perplejo, el sufrimiento del hombre cargando la cruz era real y los golpes que le daban en su espalda no eran suaves y tampoco eran con látigos de algodón. Vi alejarse la procesión con el hombre cargando la cruz por delante y me quedó una sensación de recogimiento inmensa, tuve sentimientos encontrados, a pesar de saber que esto era una no era real quise defenderlo, ponerme en su lugar, ayudarlo de alguna manera. El mensaje me llegó golpeándome bastante fuerte, una persona puede llegar a vivir eternamente al cometer un acto de fe tan grande que deje una profunda marca en quienes lo rodean.

Luego de  presenciar eso no pude quitarme de la cabeza la expresión del rostro del flaco en andrajos que estaba en el papel de Jesús cuando me vio a los ojos. Me siento aún tan abrumado por su mirada que hoy intento quitarme un poco ese peso compartiendo esto con ustedes.